domingo, 23 de septiembre de 2007

Confeciones de micro

Nunca supe bien como se llamaba, pero me gustaba llamarla Francisca. Por ella, solía apresurarme a salir de clases, para esperar taciturno a que saliera. Con cara de imbécil, simulando trivialidad, le preguntaba si nos íbamos juntos. Entonces arrugaba sensualmente los labios antes de formar una sonrisa. Siempre me decía que sí. La escoltaba lo más lento que me era posible hasta el bendito paradero de micro. Ella subía primero, no por ser un caballero, si no más bien por contemplar atribulado el fin de la costura de su falda hasta el principio de sus tersas medias plomas. Por simple inercia le entregaba el importe al chofer he inmediatamente iba detrás de ella expectante…
Se sentaba de una forma tal que era imposible no mirar el par de botones sin abrochar de su colegial blusa.

Ella empezaba sus charlas de ternura calida, ahí, yo me deslizaba entre sus palabras y sus pupilas, en su mirada la veía durmiendo con una semi sonrisa misteriosa, apegada a mí pecho en un amanecer fatigoso. Me hubiera gustado recorrerla, atraparla, hastiarme de su suavidad y de la textura de sus perfectos muslos, de su terrible cintura, apresar sus pechos, corromper sus labios. No creo que hubiera sido capaz de tomarle la mano, solo me limitaba a responder a su dialogo, complacerla con mi borrosa cordura.

Al cabo de unos imperceptibles 18 minutos (muchas veces los conté), llegaba el momento más gloriosamente penoso de conocerla. Se levantaba del asiento, totalmente dueña de todo, sutilmente se arreglaba la falda que me hacia gesticular cara de weón a lo sumo, a continuación me daba un tenue y húmedo beso en la mejilla como despedida o como provocación, nunca lo sabré, tocaba el timbre y se bajaba de la micro tan divina como sencilla, luego miraba hacia la ventana y me hacía una mueca de despedida. El resto del trayecto lo disfrutaba con su reciente recuerdo y con mi distorsionada imaginación, así ensimismado en mis vagos sentimientos me bajaba 4 ó 5 cuadras después de lo debido.

Y así, pasaban los días, las semanas, los meses. Ella seguía ahí, yo y mi cara de imbécil a su lado, hasta que un día ella no estuvo, y yo no estaba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Le cambiaste el final ...
creo que ese esta mejor que
el otro ...

=D